09/05/2023
Un injerto cutáneo consiste en un fragmento de piel que se extrae de una zona determinada para colocarlo sobre otra en la que existe un defecto cutáneo. A diferencia de un colgajo, el injerto carece de vascularización propia, de forma que esta va a depender de la del lecho receptor sobre el que coloquemos el injerto.
Según su procedencia se pueden clasificar en autoinjertos (tejido del mismo paciente), aloinjertos (tejido de otro paciente humano) o xenoinjertos (tejido de una especie diferente).
Según su grosor podemos diferenciar:
1. Injertos de piel parcial, cuando se extrae epidermis y una parte variable de dermis.
Este tipo de injertos se obtienen mediante un aparato llamado dermatomo de zonas poco visibles como los muslos, glúteos o brazos.
Gracias a un dispositivo llamado mallador, podemos incrementar la superficie de los injertos hasta 2 o 3 veces sin que se rompan, como si se tratara de una red. Esto es útil cuando las zonas donantes disponibles son escasas, como ocurre en pacientes quemados. También, podemos obtener microinjertos muy finos capaces de aumentar la superficie de un injerto cutáneo hasta 9 veces.
La zona de la que se extrae el injerto curará por si misma como si fuera un raspón. Al principio, podemos colocar diferentes apósitos como los hidrocoloides para favorecer su cicatrización y, una vez epitelizando, es suficiente con crema hidratante.
2. Injertos de piel total, cuando están formados por epidermis y la totalidad de la dermis.
Estos injertos se obtienen mediante un bisturí y, una vez extraídos, dejan un defecto en la zona donante que requiere ser suturado sobre sí mismo, siendo lo más frecuente utilizar la región supraclavicular, retroauricular, etc. Por ello, dejan una cicatriz lineal, quizás menos evidente que la de los injertos de piel parcial, estando la cantidad de piel a extraer limitada por el tamaño del futuro defecto.
No solemos levantar la primera cura de un injerto hasta transcurridos 5-7 días del mismo, para permitir que haya prendido de forma adecuada.